24 feb 2014

Engañar y ser engañado

Si hay algo que nos molesta aún más que ser engañados es que nos engañen y además nos lo restrieguen por la cara. Eso es lo que ha desatado la ira de todos los ingenuos que cayeron en la trampa de Jordi Évole y su programa Operación Palace.

Hay un chiste y una anécdota que pone de manifiesto lo que digo. El chiste dice que hay un hombre que baja a unos baños públicos y en el urinario, se percata que su vecino, aun levantando poco más de un metro del suelo, está dotado con un miembro de dos palmos. Impresionado por ello, el protagonista pregunta y el enano le confiesa que es un genio, y de ahí sus atributos, y que le concederá tres deseos a condición de dejarse sodomizar. El protagonista pide sus deseos y accede a sufrir la contraprestación. En mitad del sufrimiento, mientras le sopla en la nuca, el enano le pregunta al oído la edad, y el protagonista responde que tiene treinta y tantos, a lo que el enano, sin dejar de empujar desde la espalda, responde con sorna "¿Y con treinta y tantos años aún crees en los genios?"

La anécdota consiste en una caseta de feria que recorría los pueblos en los años cuarenta en la que un cartel a la entrada rezaba "Sólo para hombres". Cuando los hombres, previo pago de la entrada, entraban allí esperando ver a alguna buena moza, lo que encontraban era un pico, una pala, una carretilla y otros utensilios que sólo usaban los hombres. Al salir los timados, incitaban a otros a entrar y pagar la entrada engañados porque ya se sabe que mal de muchos…

Somos fruto de engaños todos los días, nos guste o no. Desde la factura de la electricidad a las dos líneas de investigación del 11-M. Nos engañan tenderos y telediarios. Y no pasa nada, porque preferimos no investigar sobre si lo que nos cuentan es o no verdad. Pero cuando alguien, tras engañarnos, nos pone la cara colorada confesando al oído que nos han timado, entonces sí saltamos por los aires indignados.

Creo que no ya como sociedad, sino simplemente como individuos deberíamos entonar una reflexión sobre la escala de prioridades en la que nos movemos, y que nos hace considerar más grave quedar como idiotas que simplemente serlo en la intimidad.

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