6 may 2009

La tortura no es arte ni cultura

Hoy he mantenido la que sé que no será la última de muchas discusiones acerca del tema taurino, a propósito del acto antitaurino que se celebrará el próximo 24 de mayo. Antes de nada, voy a dejar clara mi postura. Soy un antitaurino convencido y no ha habido una sola conversación que no haya tenido con un defensor de la fiesta, en la que mi contertulio, o bien haya zanjado la conversación cerrándose en banda y negándose a escuchar más argumentos contra los que no podía interponer otros, o bien mi interlocutor haya reconocido en todo o en parte, que yo tenía razón. Considero que la tauromaquia es una costumbre propia de otro tiempo en el que los derechos humanos y animales no se consideraban como hoy en día. Una época en la que poco importaba si en la arena se enfrentaban un hombre y un toro, o un oso y un toro, o un oso y un hombre, etc. Una época de violencia que engendraba violencia, y una época que afortunadamente, hemos casi superado. Además, creo que la tauromaquia es caldo de cultivo y justificación para una pléyade de festejos tradicionales que se reparten por España como el toro embolao, el toro de los soplillos, y otros muchos menos famosos pero igualmente cruentos, donde el animal sufre aún más, si cabe, que en las corridas de toros propiamente dichas. La conversación de hoy ha sido un calco de otras muchas, y como siempre, me he encontrado las mismas tesis de siempre, algunas de ellas incluso defendidas por detractores del toreo por surrealista que parezca.


Para qué preocuparse por el toreo, habiendo otros problemas más graves. Suele ser una de las más frecuentemente recurridas, y esgrimida por gente que casualmente tampoco se suele preocupar por esos otros problemas más graves. El hecho de coexistir numerosos problemas no ha de propiciar que nos perdamos en debates sobre cuál resolver antes, ya que esos debates sólo conducen a que no se resuelva ninguno. Creo que resolver todo problema que tengamos delante, aunque no sea el orden idóneo para resolverlos, será siempre mejor que intentar vanos consensos sobre qué hacer antes y qué hacer después, consensos estos que, por lo subjetivo del hecho a debate, no siempre se alcanzarán.

Es parte de nuestras tradiciones, es una forma de mantener viva o de conocer nuestra Historia. Bien, La Inquisición, los tribunales del Santo Oficio también son una parte de nuestra Historia, y lo han sido durante mucho más tiempo que el toreo. Con la misma base argumental, ¿por qué no revivir también los autos de fe? ¿Por qué no quemar a los herejes? También el papel nulo de la mujer en la sociedad ha sido una constante en nuestra historia. De hecho, en España aún no hace ni un siglo que la mujer tiene derecho al voto. Volvamos a las tradiciones más arraigadas: La mujer en casa y con la pata quebrada. Claro que sí. De igual modo, deberían pedir esas mismas personas el respeto por tradiciones tan arraigadas y antiguas como la ablación.

Es una hipocresía pedir la abolición del toreo mientras se sigue comiendo carne, y por tanto, manteniendo los mataderos. Yo no veo hipocresía alguna. Este argumento es uno de los más complejos de tratar, porque creo que es juntar las churras con las merinas.

  1. Por un lado, está el hecho de que comer y metabolizar carne es un proceso natural, para el que mi organismo está preparado de forma natural. Cientos de otras especies lo hacen, y yo no tengo por qué dejar de hacerlo. La muerte en un matadero es la mejor muerte factible (si se me permite la expresión), y probablemente es una muerte más eficaz y menos traumática que la muerte que producen muchos cazadores naturales (y para ello no hay más que empaparse de documentales de naturaleza, recordemos que la mayoría de los grandes depredadores matan por asfixia). Y el hombre, cuando quiere, es un matador muy eficaz. Matar a un animal en un matadero probablemente sea mucho más digno que matarlo en el campo. Y la prueba de ello es la ingente cantidad de piezas de caza que aun heridas, no se cobran por conseguir escapar, y acaban muriendo tras una agonía que puede durar días.
  2. De otra parte, hay que tener en cuenta que el argumento aquí contra las corridas de toros y hecho diferenciador es su conversión en un espectáculo. No se venden entradas para los mataderos. Y además, el hecho de la muerte lenta y dolorosa. Mientras que en los mataderos se persigue que la muerte sea lo más rápida posible, en las corridas de toros no. Se supedita el sufrimiento de la víctima en pos del espectáculo cruel.

Llegados a este punto, a veces se me esgrime el contraargumento de que, dado que en la naturaleza se producen muertes crueles (como las referidas), por qué no se van a poder celebrar corridas de toros. La diferencia es que un guepardo, o un león matan no por divertirse ni divertir, sino por supervivencia. Cazan para comer. Es su modo de vida. Y además, la crueldad de dichas muertes no es gratuita. Un tigre mata lo mejor que sabe y puede matar (entre otras cosas porque no hacerlo puede suponerle perder la presa). Y no se recrea en dicha muerte.

El toreo mueve mucho dinero y muchos puestos de trabajo. También lo mueven la industria armamentística, y estoy igualmente en contra. Pretender defender una abominación en aras de la economía o el empleo producido me parece asqueroso además de tremendamente débil como argumento. Siempre se puede reconvertir el sector para colocar a la gente en empleos que no sean éticamente reprobables. Supongo que harían lo mismo con los verdugos cuando se abolió la pena de muerte.

Sin el toreo, los toros no existirían. Probablemente no, dado que el toro bravo actual es un animal creado por medio de cruces y selección artificial para un fin determinado, como lo son la mayoría de los animales domésticos. Es cierto que el toro no existiría como tal, del mismo modo que no existen en la naturaleza ovejas lanudas, ni vacas con ubres de cuarenta litros de capacidad. Pero defender la tortura de un ser vivo sólo por el hecho de que su especie haya sido concebida para ese fin es un argumento escalofriantemente similar al de quienes defendían la esclavitud de ciertas razas humanas, a quienes Dios había diferenciado para identificarlas como tales. Y en cualquier caso, sin el toreo el toro bravo no existiría, pero desapareciendo el toreo el toro no tiene por qué desaparecer. Existe la posibilidad, llegado el caso, de mantener el toro bravo como especie, es espacios destinados a tal fin, como se protegen otras muchas especies sin que ello implique su utilización para espectáculos sanguinarios.

El toro no sufre. Este argumento es frecuentemente combinado con la acusación de lo que sufren los animales en los mataderos, en un absurdo cruce en el que los toros no sufren en la plaza, pero los corderos en el matadero sí. Los toros sufren, y mucho. Cada herida que se le hace, empezando por clavarle la divisa al salir de chiqueros, produce una reacción de defensa de la agresión. Cada puyazo del picador, cada banderilla, y finalmente cada uno de los pinchazos que intentan acabar con su vida, cuando no se acaba con esta a descabello, provocan dolor y sufrimiento en el animal, como lo provocan en cualquier otro ser vivo dotado de un sistema nervioso. El dolor es un mecanismo natural afín a todos los cordados que sirve para poner a salvo la propia vida cuando se recibe una agresión externa.

El toreo es arte. El arte es totalmente subjetivo, y habrá a quien le parezca arte y habrá a quien no se lo parezca. Sea como fuere, el hecho de que a un individuo o colectivo algo en concreto les parezca arte, no lo convierte en aceptable, máxime cuando ese supuesto arte está orquestado alrededor de elementos como violencia gratuita, sufrimiento y muerte. En este sentido, todos los demás argumentos pseudorrománticos sobre la lucha del hombre frente al animal, etc. son igualmente absurdos. Cada año mueren 20.000 toros y sólo un par de toreros. Yo no veo la equidad en esa lucha. Al torero le salen al quite cuando está en apuros, pero nadie socorre al toro cuando le acometen. Y así podríamos seguir hasta el infinito.

Si se prohíben las corridas de toros, también habría que prohibir los combates de boxeo. Este suele ser el argumento pueril de señalar con el dedo al vecino, para distraer la atención sobre la propia acusación. En un combate de boxeo legal dos personas se enfrentan conscientemente y por propia voluntad (y si no es así, habrá de ser igualmente prohibido). Al toro nadie le pregunta si le apetece participar en una corrida de toros. Pero sospecho que no aceptaría.

El toreo es un símbolo de España internacionalmente reconocido. Esta también es la tesis de que el toreo es la Fiesta Nacional. El toreo será identificado internacionalmente con España, pero no es un símbolo en tanto en cuanto no representa a una mayoría significativa de los españoles, y una importante masa social no se siente identificada con un acto tan sanguinario como el toreo. Hay símbolos que aunque identifiquen una nación, no necesariamente son aceptables como tales, como los campos de exterminio nazis para Alemania, o las pilas de cráneos humanos para Camboya. Como símbolo, prefiero la paellao la fabada.

En 1980 un dictamen de la UNESCO sobre la tauromaquia refería:

"La tauromaquia es el terrible y banal arte de torturar y matar animales en público, según unas reglas. Traumatiza a los niños y los adultos sensibles. Agrava el estado de los neurópatas atraídos por estos espectáculos. Desnaturaliza la relación entre el hombre y el animal. En ello, constituye un desafío mayor a la moral, la educación la ciencia y la cultura. "La cultura es todo aquello que contribuye a volver al ser humano más sensible, más inteligente y más civilizado. La crueldad que humilla y destruye por el dolor jamás se podrá considerar cultura"
Como sé que la lidia tiene más seguidores que detractores en un sector de la sociedad que se considera mayoritariamente católico, informaré de que en 1567, el Papa Pío V (San Pío V) en su bula De salutis gregis dominici, (recomiendo la lectura íntegra, pues es apenas media página) dictaminaba «deseando que estos espectáculos tan torpes (vergonzosos) y cruentos, más de demonios que de hombres, queden abolidos en los pueblos cristianos», y amenazaba con penas de excomunión a todo quien asistiera a tales eventos, fuera cual fuese su condición, además de negar la sepultura en tierra consagrada a los toreros muertos durante la lidia. No siendo suficiente con esto, en 1920, el Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Gasparri, afirmó «la Iglesia continúa condenando en alta voz, como lo hizo la Santidad de Pío V, estos sangrientos y vergonzosos espectáculos». Pero a nadie sorprende que estos católicos toman o desdeñan la doctrina como si tal cosa a su antojo y conveniencia, como ya he referido en alguna ocasión. Lamentablemente, en nuestras declaraciones de impuestos no hay una casilla indicando si queremos que nuestro ayuntamiento destine nuestros impuestos a financiar este tipo de espectáculos. De ser así, otro gallo nos cantaría.

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